La Otra Mirada

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Guy Sorman: “Las fuerzas del mercado desestabilizan el régimen en China”

La caída del 14% en la Bolsa de Shanghai en julio puede ser un simple hecho técnico limitado, con una mínima o ninguna consecuencia para la economía global. O, en cambio, podría ser un tiro de advertencia sobre un cambio significativo de rumbo en la historia china: el fin de una era de crecimiento “milagroso” al 10% anual, y el amanecer de una nueva era regida por la incertidumbre.

Permítannos explicar esta hipótesis en términos simples, partiendo con el rol de la Bolsa para los chinos. Este no es el mismo rol que juega en Occidente. La nueva clase media china que surgió del crecimiento económico durante los últimos 30 años está constituida más o menos de unos 200 millones de personas.

A diferencia de Occidente , estas personas no disfrutan de un seguro de salud colectivo, de pensiones públicas o educación gratuita. En China, todo el mundo paga por lo suyo, mientras que en Occidente el gobierno ahorra dinero para usted y, más o menos, lo redistribuye como corresponde.

Cuando la clase media china y los miembros más modestos de la sociedad reciben un ingreso regular, ellos ahorran cerca de la mitad para financiar su salud, la educación y la jubilación. Los chinos tienen muy pocas alternativas cuando se trata de invertir sus ahorros. Los bancos ofrecen tasas de interés más bajas que la inflación e invertir en el extranjero es una opción que está abierta solo para la aristocracia comunista.

Para el ciudadano común racional y respetuoso de las leyes, las únicas alternativas que le quedan están entre las bolsas de Shanghai y Shenzhen e invertir en bienes raíces. Las nuevas ciudades chinas y sus casas y oficinas vacías actúan como la alcancía del país. Si estalla la burbuja inmobiliaria, la clase media china quedará en la ruina. Diversos observadores chinos han presagiado este colapso durante los últimos 10 años, pero por ahora han resultado estar equivocados. El éxodo de las zonas rurales y el próspero crecimiento han convertido estos edificios y ciudades nuevas en inversiones provechosas. Al menos hasta ahora.

Si el crecimiento afloja el paso y el éxodo rural disminuye paulatinamente -que parece ser cada vez más el caso-, estos edificios continuarán vacíos y desvalorizados. El efecto dominó significará que los inversionistas individuales no podrán entonces pagar por su salud, la educación de sus hijos, y pueden despedirse de sus pensiones. Lo mismo corre para la Bolsa.

Si las acciones continúan cayendo, creando los mismos riesgos que se ven en la burbuja inmobiliaria, la clase media inversionista también se va a desestabilizar. Esta es la razón de por qué el gobierno de Beijing está haciendo un esfuerzo extraordinario para calmar la Bolsa, obligando a los bancos que maneja el Estado a que compren acciones y prohibiendo que las empresas estatales las vendan. Pero todo parece ser para nada.

La caída continúa en una clara muestra de cómo el capitalismo en China se está escabullendo del control de los poderes existentes. Los actores de los mercados tanto financiero como inmobiliario han comprendido que el crecimiento anual del 10% llegó a su fin definitivamente.

Recuerde que este crecimiento fue posible porque China empezó sin nada (las reformas económicas de 1979 de Deng Xiaoping permitieron que los chinos trabajaran para ellos mismos) y tuvo una fuerza laboral considerable, lista para trasladarse de los campos a las fábricas. Esta transición del comunismo al capitalismo de Estado coincidió felizmente con la globalización y la demanda de Occidente de nuevos bienes de consumo, como los teléfonos móviles. Esta era terminó ahora: la demanda global aflojó el paso; China se ha encontrado con que está compitiendo con otros “subcontratistas”, como Vietnam, Bangladesh y México; la robótica ha estimulado la reindustrialización de Occidente y la fuerza laboral china se está debilitando debido a una población en disminución producto de la política de un solo hijo.

Se vieron situaciones similares en Japón, Corea del Sur y Taiwán hace una o dos generaciones. Pero sus gobiernos y emprendedores tuvieron la sagacidad suficiente como para pasar un nivel más sofisticado, creando marcas de renombre e intercambiando cantidad por calidad.

Difícilmente se puede decir lo mismo con respecto a China. El gobierno de Xi Jinping ha sucumbido a los delirios de grandeza, y ha vertido sus ganancias en proyectos fantásticos que han culminado en aeropuertos vacíos, autopistas desiertas, la creación de una flota de alta mar y repetidos Juegos Olímpicos. Los emprendedores más inventivos, aquellos que podrían haber fundado las versiones chinas de Samsung y Toshiba, han partido a EE.UU., donde sus patentes y la libertad de expresión están protegidas.

Los líderes chinos están completamente conscientes de este análisis crítico. Y el gobierno en parte lo tomó en cuenta al anunciar a principios de este año que el objetivo de crecimiento bajaría al 7%. China luego publicó cifras de crecimiento en el primer trimestre de… 7% a principios de julio, lo cual provocó el escepticismo de las estadísticas oficiales.

Mientras tanto, como hemos visto, se ha subido artificialmente el precio de las acciones para mostrar que el Partido Comunista todavía está al control del mercado, y no viceversa. Pero está sucediendo lo contrario. Las leyes del mercado están pesando más que las políticas del partido, y al verse enfrentado a una situación cada vez más fuera de su control, el partido decidió reprimir, en lugar de adaptarse. Nunca ha habido más disidentes, usuarios de internet y abogados en las prisiones desde la muerte de Mao Zedong.

Mao Yushi, economista residente en Beijing, prodemocracia y promercado, señaló: “Los chinos renunciarán a su libertad, pero jamás aceptarán perder sus ahorros”. Parece que ellos están a punto de perderlos tanto en el mercado bursátil como en el inmobiliario. ¿Qué deberíamos predecir? Para evitar engañar a los lectores, no sacaremos conclusiones potenciales.

Sería presuntuoso anunciar que el fin del crecimiento próspero, o incluso la desaparición de los ahorros, producirá inevitablemente el colapso del Partido Comunista. El actual gobierno dirige el país sin ninguna oposición real mientras garantice el orden civil. Y no hay nada que intimide más a los chinos que el desorden. Yo apostaría por el statu quo .

Guy Sorman
Economista y filósofo francés de la Universidad de París y autor de “El Corazón americano”, “Diario de un optimista” y “La economía no miente”.

Publicada en El Mercurio el sábado 08 de agosto de 2015.

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