La Otra Mirada

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Joaquín Rodríguez Droguett: “Liberalismo: Estilo francés y Corte inglés”

En el marco de la visita que el francés Guy Sorman hará a Chile para contarnos la otra mirada en economía y sociedad, sobre todo en un clima hegemónico cultural adverso, y teniendo presente que los organizadores de su visita ya nos privilegiaron antes con la del británico Niall Ferguson, es necesario que nos refiramos a las distintas corrientes existentes en esta otra mirada que nos invitan a conocer.

Se suele distinguir entre dos corrientes liberales claramente marcadas ya desde el siglo XVIII, a saber, la francesa, de carácter racionalista y centrada en las formas políticas, y la inglesa, de carácter evolutivo y centrada en las ideas jurídicas de protección a las libertades y bienes individuales de las personas.

En líneas generales, la primera corriente nace a raíz del pensamiento constructivista cartesiano que dictaba que “aquellas naciones que, partiendo de un estado semibarbárico, han avanzado hacia la civilización gradualmente […] han tenido peores instituciones que aquellas que, desde el comienzo de su configuración como comunidades, han seguido las determinaciones de un legislador sabio.”

La crónica de esta corriente fue caracterizada por cambios radicales, experiencias traumáticas y devoluciones rápidas. Montesquieu era quien hablaba de la separación y equilibrio de los poderes del Estado en la superficie según sus funciones, pero sin reparar suficientemente en que esto de nada servía sin una división sustancial en las fuentes de ese poder. A la vez que se acogían sus ideas, se acogían otras elaboradas por Rousseau que dictaban que la voluntad general es infalible, y que la soberanía pertenece en goce y ejercicio nada más que al pueblo. Los acontecimientos en la revolución francesa y los sucesivos movimientos inspirados en esta escuela bastaron para que un autor posterior ironizara afirmando que Montesquieu había equilibrado tan perfectamente los poderes que sólo bastaba que un pajarito posara sobre el Estado para que este se derrumbara por completo.

La segunda corriente es en mucho distinta a la primera mencionada. Basada en la filosofía práctica, apuesta por los movimientos cortos y controlables y parte más bien de la sentencia baconiana de que “no hay cosa que haga más daño a una nación como el que la gente astuta pase por inteligente”. El éxito final de esta corriente, comprobado, insalvablemente en el largo plazo, puede resumirse en la frase de Winston Churchill de que “la democracia [liberal] es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras formas que han sido probadas de vez en cuando”.

Se podría resumir todo lo antes expuesto en las palabras que Napoleón III dijo una vez a Richard Cobden: “¡Nosotros hacemos revoluciones, no reformas!”. Ciertamente, los liberales de todas partes han abandonado el liberalismo francés, antes por mucho predominante, para adoptar el de corte inglés, defendido por autores de la talla de von Hayek como el auténtico del cual nace la libertad moderna. Pero no debemos ser injustos y ocupar etiquetas que simplifiquen tanto la realidad. Ni el estilo francés ni el corte inglés son categorías absolutas, y ni siquiera podría afirmarse sin una gran dificultad que son categorías generales.

En efecto, fue Bastiat, un francés, quien respondió al auge del constructivismo racionalista y a la omnipotencia adquirida por la ley, concebida por pensadores compatriotas suyos: “haciendo a la ley religiosa, fraterna, igualitaria, filantrópica, industrial, literaria, artística, pronto se está en lo infinito, en lo desconocido, en la utopía impuesta o, lo que es peor, en la multitud de utopías luchando por apoderarse de la ley y por imponerla, porque la fraternidad y la filantropía no tienen límites fijos como la justicia ¿Dónde detenerse? ¿Quién habrá de detener a la ley? […] en el mundo existe un exceso de grandes hombres, hay demasiados legisladores, organizadores, creadores de sociedades, conductores de pueblos, padres de las naciones, demasiada gente que se coloca por encima de la humanidad para regirla, demasiada gente que tiene por oficio ocuparse de la humanidad.”

Y es de Jouvenel, otro francés, quien propicia duro golpe a los lugares comunes creados por el hombre moderno que, en sus palabras, ve las cosas con una simplicidad decepcionante: “La razón por la que en Francia la ley ha sido sustraída a todo control e incluso a toda interpretación judicial es, dice justamente Gény, el sentimiento instintivo y vago, pero profundamente enraizado en el espíritu francés, de que […] nuestros magistrados llegarían de hecho a mantener en jaque el poder supremo del legislador, y de que así el poder judicial sería, aun cumpliendo estrictamente su misión, superior al legislativo, en el que los modernos quieren mantener exclusivamente la soberanía. El poder legislativo, considerado como expresión de todos, o mejor aún del todo, ejerce una soberanía total. ¿Quién se atreverá a ponerle trabas?”

Y fue otro francés, Courcelle-Seneuil, quien aportó con su sapiencia en el período formativo de Chile para enseñar por primera vez Economía política –que la enseñaba, como dice un testimonio de época, “con toda la sencillez que exige la comprensión más vulgar, y al mismo tiempo con una maestría y profundidad de miras que nada dejan que desear a la capacidad más aventajada”–, ordenar la hacienda pública y promover una sociedad libre superando los errores típicamente franceses: “La Libertad tiene sus inconvenientes, pero posee actividad y da lecciones provechosas. […] Con todo, este régimen a la larga es el mejor y el más normal. […] Si se opta por la libertad, no debe uno hacerse ilusiones ni concebir esperanzas demasiado halagüeñas. Es preciso ante todo estar a la espera de algún desastre y no dar mucha importancia a los clamores de la opinión que en semejantes casos maldice siempre la libertad y reclama las restricciones y privilegios. La libertad cuesta caro algunas veces en los principios, pero se corrige a sí misma y es sin disputa el mejor de los sistemas. […] En cuanto a establecer un sistema que presente todas las ventajas y esté exento de inconvenientes, es cosa excusada, no existe ni puede existir en parte alguna.” En su regreso a Francia, pudo afirmar que “Chile es más liberal que la Europa misma donde se generó el liberalismo.”

No podemos ignorar el inmenso valor que ambas corrientes nos legan en el presente, habiendo superado los errores del racionalismo que por cierto cautivó a pensadores a ambos lados del Canal de la Mancha. En verdad, tenemos sobrada experiencia positiva haciendo caso al buen estilo de los economistas clásicos franceses Bastiat, Say y otros, cuyas filas se engrosan con intelectuales contemporáneos como Louis Rougier, Pascal Salin y el mismo Guy Sorman, a quien le damos la bienvenida.

Publicado en Libertad.org el 31 de julio de 2015.

 

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