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Trans: el nuevo orgullo
Autor: Óscar Contardo
En los últimos doce meses se ha hablado más del tema de lo que se había hecho nunca. El cine ha estrenado películas, la televisión ha premiado series y el periodismo ha recogido testimonios. La visibilidad transgénero es el fenómeno social más interesante del último tiempo.
La primera vez que Lana Wachowski habló públicamente de su cambio fue en un discurso. Lo hizo porque tenía que recibir un premio de nombre curioso –premio a la visibilidad- otorgado por la fundación Human Rights Campaign. Lana llevaba un vestido negro, el pelo violeta y un par de hojas escritas para leer. Arrancó haciendo bromas –“soy muy habladora”, le advirtió al público- y luego hizo un resumen de su vida: su infancia de niño solitario, la ocasión en que fue el mejor alumno del curso, lo mucho que le gustaba usar a escondidas una camisa de dormir de su hermana mayor y el apoyo incondicional de su mujer, “que me quiere tal como soy y no a pesar de ser lo que soy”. También contó el momento en el que –como varón adolescente atormentado- escribió una carta de cuatro páginas a su familia disculpándose porque iba a cometer suicidio. “Yo pensaba que era un monstruo”.
Lana fue Larry hasta 2002. Con ese nombre vivió, se casó y alcanzó celebridad gracias a la película Matrix, que dirigió, escribió y produjo junto a su hermano Andy. En una escena de esa película un personaje le dice a otro: “Parece ser que usted ha estado viviendo dos vidas, una de ellas tiene un futuro, la otra no”.
Aquella tarde de 2012, Lana dijo en su discurso que cuando era un niño solía pensar que no había nadie más como ella, que era una rareza y que, debido a eso, sus sueños de ser escritora y cineasta eran imposibles. Una sensación horrible que no quería que nadie más tuviera. Era la razón por la que había decidido aceptar el premio y dar el discurso: “Si yo puedo ser un ejemplo para otros que estén pasando lo que yo pasé, sacrificar mi vida privada tiene un valor”.
Desde esa velada hasta la fecha, como uno de esos efectos de aceleración de Matrix, la visibilidad de las personas transgénero se ha multiplicado, los medios han reproducido como nunca testimonios, han recreado biografías y asimilado términos nuevos que solían confundirse: transformista, transgénero, transexual. No son lo mismo. Una cosa es el acto de vestirse para un espectáculo (forma), otra la de asumir una determinada identidad culturalmente relacionada con un rol (género) y una diferente la operación de los genitales (sexo).
Tampoco es lo mismo orientación sexual que identidad de género. Larry se casó con una mujer a la que amaba y lo siguió haciendo cuando decidió ser Lana. El matrimonio perduró porque su esposa aceptó el cambio y porque Larry no era gay, era trans. Del mismo modo se coló la idea nueva de “transición” para describir el proceso en que una persona pasa de una identidad de género masculina a una femenina y viceversa. Las palabras sólo tratan de atrapar una realidad que muchas veces las sobrepasa.
Según los archivos del New York Times, desde el año 1851 las palabras transgénero o transexual han sido usadas en 3.710 ocasiones en diferentes artículos. Casi la mitad de esas notas fueron escritas en los últimos 12 meses. En gran medida es el efecto Caitlyn Jenner, que con su portada en Vanity Fair llevó a un nivel nunca antes visto un tema por décadas restringido a la sección de psicología y medicina de las revistas de papel cuché. Jenner no era presentada como un “caso” de alguien que busca comprensión y es escrutado por un entrevistador compasivo, sino más bien como una celebridad que sencillamente anuncia un cambio en su vida y comenta los pormenores de esa decisión, posando de paso para la famosa fotógrafa Annie Leibovitz.
Pero Jenner es sólo la arista más visible de este nuevo orgullo trans (ver recuadro). La cultura popular y el mercado ya están haciendo su propia transición.
Una letra, una vida, un modelo
Michel Riquelme muestra el carnet de identidad y apunta al centro, donde dice sexo. Allí hay una letra F, que para el caso es como un manchón que Michel se toma con humor. Michel cuenta que eligió cambiar el nombre de mujer con el que lo registraron sus padres por otro más neutro que reflejara –“Michel suena como nombre de hombre”- o al menos sugiriera, su identidad masculina. Lo logró y fue lo más cerca que estuvo de que la burocracia aceptara la manera en la que él se ve a sí mismo en el mundo. En Chile no existe una legislación al respecto –Michel no puede cambiar esa F por una M de “masculino” a pesar de vivir como un M y no como una F-.
El proyecto de identidad de género lleva su cuarta urgencia para ser discutido en la comisión de Derechos Humanos de la Cámara. Mientras tanto, Michel Riquelme y la asociación que preside –OTD, Organizando Trans Diversidades- trabajan por difundir sus demandas y convocan para celebrar en octubre la Transfest. Una campaña iniciada en Barcelona en 2007 que busca que la comunidad internacional y médica deje de considerar a las personas trans sujetos afectados por un trastorno mental. En términos formales, Michel –un hombre joven de gestos amables- sufriría un tipo de alteración invisible –“disforia de género”- que se resolvería sólo cambiando una letra de su carnet de identidad.
La mayoría de los miembros de OTD tiene entre 20 y 30 años de edad. Crecieron con acceso a internet, por lo tanto, con la posibilidad de obtener información que sus mayores no disponían. Ellos viven lo que ninguna generación anterior de personas trans vivió: la representación explícita de su imagen, forma de vida y sus demandas en los medios. “El tema antes siempre era asociado a criminalidad, marginalidad y prostitución”, dice Michel Riquelme. Tal como ocurría hasta los años 90 con la homosexualidad; la prensa solía abordar el asunto desde la perspectiva policial o psiquiátrica con testimonios anónimos. El activista comenta que la primera vez que leyó una entrevista a un transgénero masculino fue en 2001. Recuerda que era el testimonio de un hombre que tuvo que irse de Chile para someterse al tratamiento hormonal. No había rostros ni nombre, como si se tratara de la confesión de un delito.
¿Alguna vez tuviste un ícono trans?
Michel me responde que es difícil encontrar uno, que la mayor visibilidad la han tenido los trans masculinos que transitan a femenino y no las personas que, como él, nacieron mujeres. Lo piensa de nuevo y encuentra un nombre: “Chaz Bono, el hijo de Cher”.
Hasta ahora la cultura pop había restringido lo que podrían ser considerados íconos trans al underground. El caso más representativo es el de Candy Darling, la actriz que cobró fama como parte de la troupe de Andy Warhol en los 60. Protagonizó dos películas de Warhol y ejerció de musa de los Velvet Underground. Un caso similar al de la chilena Candy Dubois, que ganó notoriedad en los 70, se fue a Francia y volvió para instalar su propio bar en el barrio Yungay. Dubois era habitual de una escena vinculada al circuito artístico restringido.
La representación masiva de las personas trans en películas y series de gran repercusión ha sido escasa, por lo general vinculada al trastorno psiquiátrico –como es el caso del asesino en serie de El silencio de los inocentes-; el destino cruel –como en Boys Don’t Cry-; y la soledad – Como en El juego de las lágrimas-. “En la mayoría de las películas que he visto, las personas trans terminan solas”, apunta Michel Riquelme. La excepción más interesante a este patrón es el mundo creado por Almodóvar, que de manera despampanante ha compuesto personajes trans desde su debut con la película Pepi Luci y Bom, y logró con La Agrado de Todo sobre mi madre, una cumbre entrañable de humanidad y humor. Aun así, la tragedia es el patrón que persiste en las pantallas. La BBC busca darle una vuelta de tuerca a ese pie forzado con la comedia de situaciones Boy Meets Girl, estrenada hace unas semanas en Inglaterra.
La transición
El 11 de agosto pasado, Alexa Soto anunció lo siguiente en su página de Facebook: “Mi nombre de nacimiento es Axel. Soy estilista y maquilladora en la peluquería Solo Para Muñecas, tengo 23 años y soy transgénero. Hace muy poco tiempo, no más de dos meses, tomé la decisión de empezar con mi tratamiento hormonal. Fue difícil, ya que los efectos de los tratamientos hormonales son irreversibles, pero estoy muy segura de que esta decisión es lo que más he querido en toda mi vida: ser mujer”.
El mensaje obtuvo casi tres mil likes y fue compartido por otras 289 cuentas de Facebook. Desde ese momento, Alexa –personaje conocido en el circuito de artistas y diseñadores santiaguinos- ha registrado cada paso de su tratamiento de transición hacia un cuerpo femenino. The Clinic recogió su testimonio, que se sumó al interés que ha encontrado el tema trans en la prensa local: en un sólo mes la revista Paula y Caras llevaron notas testimoniales acerca de personas transgénero.
Alexa –cuerpo menudo, delgada y morena-hasta hace un tiempo se consideraba un hombre gay, aunque intuía que había algo más allá que no sabía expresar. Hoy tiene un discurso que articula y difunde. “Muchas personas dan por hecho que las personas transgénero nacieron en un cuerpo equivocado, haciéndolo ver como una falla o error. Pero no es así. Es una identidad de género. Decir que estás en un cuerpo equivocado es decir que no eres normal, que estás cambiado, eso no es así”.
¿Qué te escribe la gente en Facebook?
La gente me escribe diciendo que disfrute mi proceso, que siga adelante y que agradecen la información. Me han escrito varios jóvenes que se identifican como trans pidiéndome orientación porque quieren empezar el tratamiento hormonal.
No existe una cifra de personas transgénero en Chile, sólo registros de cambio de sexo –cirugía mediante- un método al que la mayoría prefiere no acudir. Según el Registro Civil, en 2014 hubo 45 cambios de sexo –sumando de femeninos a masculinos y de masculinos a femeninos-. En 2006 fueron sólo nueve. Pero todas estas cifras no dan cuenta del cuadro general: falta de información, inexistencia de organismos especializados y una aun incipiente organización de la sociedad civil.
En mayo el reportaje sobre Andy Escobar, la niña transgénero emitido por el programa Contacto de Canal 13, puso en evidencia el desamparo de las personas trans y sus familias. Ese programa, además, marcó un hito en la manera de tratar el tema: directo, preciso, a cara descubierta y presentando una familia que asumía un rol ciudadano activo y constructivo. La periodista Paz Montenegro encabezó el equipo que lo realizó. Paz había visto en 2012 la entrevista que la norteamericana Bárbara Walters le había hecho a Jazz, una adolescente que había seguido desde los seis años en su proceso y luego historias de padres de niños trans en canales de YouTube dedicados al tema. En enero de este año el equipo decidió hacer una historia similar y desde que dieron con la familia de Andy plantearon mostrarlos a todos a cara descubierta: “Andy no estaba haciendo nada malo. Andrea y Víctor, sus papás, pensaban lo mismo y estuvieron de acuerdo”.
¿Cómo se trataba el tema antes en la prensa y los medios locales?
Encontramos poquísimo material al respecto. La mayoría tenía que ver con travestis y prostitución. Las personas trans están muy solas en nuestro país. Piensa que en la Comunidad Europea existe desde 2013 un reglamento para respetar los derechos de los niños transgénero, y en nuestro país apenas sabemos utilizar bien el término.
¿Qué crees que provocó tu reportaje? ¿Qué te ha sorprendido?
Creo que logró dar a conocer una realidad absolutamente desconocida en Chile: la de los niños trans. La historia de Andy abrió mentes, pero sobre todo corazones. Permitió que muchas familias se pusieran en el lugar de los papás de Andy y se preguntarán ¿qué haría yo en su lugar?
En aquel discurso de Lana Wachowski de 2012, la directora de cine recordó un momento de su infancia cuando ella aún era Larry, el niño solitario. Una profesora la había reprendido por quedarse en la fila de las niñas y no cruzar a jugar con los varones. Lana contó que en ese momento quiso explicarle a su madre, pero no pudo. “Me faltaban las palabras, ella me decía que la mirara y le explicara, pero yo no podía hacerlo, porque no entendía por qué ella no me podía ver tal como yo era.
CHICAGO GIRL
Por Arturo Fontaine
“Postmoderna, pro libre-mercado, cuantitativa, anglicana, feminista y aristotélica”, se define la célebre economista Deirdre McCloskey, en la noticia por sus críticas a Piketty. Hasta 1995 era Donald, ex ayudante de Milton Friedman, y profesor de la Universidad de Chicago conocido por sus estudios empíricos. De joven jugaba fútbol americano y con su metro noventa era un duro. Se casó, tuvo dos hijos.
Convidé a Deirdre al CEP a explicar su crítica a la metodología de la Escuela de Friedman: objeta su positivismo y confianza en las predicciones, pero recomienda las mismas recetas económicas. Y, claro, a contar su experiencia personal. Tuvimos una larga e inolvidable conversación el 10 de noviembre del 2011. La sala esa tarde estaba llena, sobre todo de estudiantes, que oían absortos.
Donald nunca fue homosexual. Lo que sí sentía, cada vez más, era la necesidad de vestirse con ropas de mujer. Se metía al clóset de su mujer y se lucía en el espejo. Esta excitación compulsiva lo llevó a comprarse ropa y a participar en encuentros en hoteles. Pasaba el fin de semana con transexuales. Lo atractivo era adoptar no sólo las ropas, sino los modos, las voces. Entonces quiso ser mujer. Vino el divorcio y la pérdida de sus hijos con quienes no hay contacto hasta hoy. Y las operaciones y tratamientos hormonales.
Los antiguos griegos, le decía, se preguntaban quién goza más, si el hombre o la mujer. La respuesta, por ser hermafrodita y adivino, la dio Tiresias: la mujer. Hablamos de eso, de lo que era coquetear, salir con un hombre, sentir el imán de tu cuerpo femenino. Hombres como Donald, contó, no cierran los ojos en la ducha: la frente sobresale y los protege. Las mujeres, sí. Le quebraron los huesos de la frente y ahora Deirdre cierra los ojos en la ducha, como mujer.
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